lunes, 30 de noviembre de 2009

"Caperu"

Nos mudamos a Miami después de todo el follón con el Lobo. Ya se sabe, en los pueblos es imposible vivir tras un escándalo de ese calibre. Los vecinos nos miraban de reojo y cuchicheaban a nuestro paso, en el colegio quienes habían sido mis amigos ahora me marginaban, los profesores me observaban con cara de lástima y Mamá no podía poner un pie en la calle sin que una nube de paparazzis la acosara a base de preguntas capciosas en busca del titular fácil. Pobre Mamá, suficiente tenía ella con afrontar el juicio por abandono a un menor con el agravante de explotación infantil... y todo porque aquél día me pidió que le llevara algo de miel a mi abuelita enferma. A mí, en cambio, los periodistas me dejaban en paz, pero sólo porque la ley del menor les prohibía ponerme un micrófono en la boca. Si hubieran podido me hubieran acosado a mí también, y es que nuestro caso, por aquel entonces, servía de carnaza para las tertulias más voraces de la telebasura y abría las portadas de los periódicos nacionales: “La increíble historia de la niña de la caperuza roja que escapó de las garras del Lobo Feroz”, “La familia de Caperucita Roja empieza una nueva vida en Miami, lejos del Lobo”...

“…las garras del Lobo Feroz”... mandan narices que la prensa me pintase a mí como el malo, si lo que yo quería el día de los hechos era estar a solas con mi Caperu... eso sí que fue un acto de amor... poco sabía Caperu lo indigestas que son las abuelas desde que han cambiado las enaguas de algodón por las bragas de poliéster. Qué empacho, tres días me estuvo repitiendo la dichosa abuela. Me sentó tan mal que desde entonces soy vegetariano. ¿Y de qué me sirvió a mí ese sacrificio? Pues absolutamente de nada. Aquí estoy, descompuesto y sin mi pequeña Caperu…

En Miami nuestra vida es distinta. Mamá se ha casado de nuevo, esta vez con el Príncipe de Blancanieves que, cansado de que la fifí esa se la pegara con el Enanito Gruñón, decidió abandonarla. Desde que están juntos mi Mamita vuelve a sonreír y a salir de casa, y ya no me manda a mí a hacer los recados. Y yo, lejos de paparazzis y de pueblerinos cotillas, ahora también soy feliz... mantengo una relación con John, él ha cambiado la caza por la pesca deportiva y yo estoy estudiando un curso de Ikebana y pronto abriré una floristería. Es por vocación, a mí siempre me ha gustado recoger florecillas del campo para hacer ramitos con ellas. Y en verano pasamos siempre un par de semanas en la playa, en el chalet que nos ha construido un arquitecto de renombre, el primogénito de la familia Tres Cerditos. Se está de lujo.

El otro día vi en Tele4 al tontaina ese del cazador. Él también se ha apuntado al carro de salir en la televisión a costa de mi Caperu. Ahora insinúa, previo pago, que ambos tienen un idilio amoroso... ¡Ja! Estoy seguro de que mi pequeña muñequita de caperuza y labios rojos jamás se fijaría en él. Y ya me gustaría a mí ver al musculitos fanfarrón ese comiéndose abuelas por amor...

John y yo somos tan felices que hemos decidido casarnos el año que viene. Y yo ya tengo encargado mi vestido de boda. Es un sofisticado modelo de Bella Durmiente, la diseñadora de alta costura más famosa de Miami. Una maestra de la máquina de coser. Y mira que dicen que de jovencita se pinchó el dedo con un huso…

Como añoro el rubor de sus mejillas cada vez que yo estaba a su lado. Era tan tímida que se ponía toda ella colorada cuando me veía cerca. Allá donde esté espero que sepa que la sigo amando…

¿El Lobo Feroz? No… mucho no le echo de menos. La verdad es que era un poco pegajoso. Siempre con el rollo ese del romanticismo... que si “para verte mejor”, que si “para olerte mejor”… a mí me agobiaba. Además Lobito era muy peludo, y a mí el pelo de animal siempre me ha dado alergia.

Mónica Günther