miércoles, 26 de noviembre de 2008

El miedo de Claudia

“Si cierras los ojos desaparecerá” le dijo Lucía. Y sólo entonces Claudia pudo volver a casa tranquila. Esta vez lo conseguiría, llevaba consigo el consejo de su amiga y no necesitaba más. Se lo repetía constantemente, no fuera a olvidársele: “Si cierras los ojos desaparecerá, si cierras los ojos… desaparecerá…”.

Llegó a casa antes de que anocheciera, se quitó los zapatos y masajeó sus pies con la intención de devolver la sensibilidad a sus dedos, hacía frío durante el oscuro invierno. Se puso su pijama verde de franela, cenó yogur con cereales y se comió un bombón como último capricho del día. Antes de meterse en la cama se lavó los dientes y la cara, y se puso esa crema que le deja aterciopelada la piel.

Había, entonces, llegado el momento. Iba a afrontar la peor de sus pesadillas:

Entró en su habitación, comprobó que las puertas de los armarios estaban bien cerradas, colocó como siempre una silla en equilibrio frente a ellas y otra frente a la puerta del cuarto. Lo hacía cada noche a fin de que el ruido de las sillas la despertara si Él entraba en la habitación mientras ella dormía.

Bajó del todo las persianas, así evitaba que, como alguna noche había pasado, Él se quedara observándola dormir, a través del cristal. Y, por último, miró con esmero bajo la cama, para ello se ayudó como cada noche de una linterna que luego dejó bajo la almohada, bien a mano, por si tenía que salir huyendo.

Fue en ese preciso instante cuando se percató de su presencia. Su vello se encrespó y sus manos se enfriaron. Ella sabía que Él estaba allí, pero por primera vez se esforzó en hacer ver que nada había notado. Apagó la luz.

Tumbada en la cama sentía como desde la esquina del fondo Él la observaba con su tez blanca y su mirada gélida. Podía hasta sentir su frío respirar, su aliento enmohecido y la ausencia de sus latidos.

Recordó entonces el consejo de su amiga. Cerró los ojos con fuerza y no volvió a abrirlos hasta el amanecer. Fue así como lo consiguió: aquella noche, el fantasma desapareció.

Mónica Günther

In blue

I was feeling blue, and the rain pouring outside came into the inside.
I was feeling blue, and my sister’s words of wisdom didn’t let it be.
I was feeling blue, and none could do anything but you.

I was feeling blue, and my happiness turned into loneliness.
I was feeling blue, and my tomorrow turned into sorrow.
I was feeling blue, and none could do anything but you.

I was feeling blue, and then the red passion became grey concrete.
I was feeling blue, and in the meantime waiting for you to proceed.
I was feeling blue, and none could do anything but you.

I was feeling blue, and only three words had to be said.
I was feeling blue, and you didn’t know you had the clue.
I was feeling blue because you did never say “I love you”.

Mónica Günther

lunes, 27 de octubre de 2008

"Déjate ir"

Esta mañana mi horóscopo me dice: "déjate ir". Y yo me pregunto: ¿en qué consistirá eso? "Dejarme ir" puede ser pasarme el día durmiendo, pero también estoy "dejándome ir" si paso la noche demasiado despierta. Me "dejo ir" si confieso al mundo lo mucho que odio los martes, o como amo en secreto los miércoles. "Dejarme ir" podría ser comer huevos estrellados con patatas fritas sin parar o abandonarme a las dietas más estrictas. "Dejarme ir" es perseguir mis sueños sin cesar, pero así mismo, si los abandono estaría igualmente "dejándome ir".
Me "dejo ir" si digo "¡ya basta!", y lo hago también si digo "que todo siga así". Y es que, haga lo que haga me "dejo ir", sin más, pues soy yo quien mueve mis hilos, y quien escribe el horóscopo es un maestro del enredo.

Mónica Günther

lunes, 29 de septiembre de 2008

Abriendo los ojos

Si ojos que no ven corazón que no siente... ¿por qué el amor es ciego?

Mónica Günther

Lucía.

Lucía abre los ojos cuando el primer rayo de sol alcanza su rostro. Se despereza mientras una leve brisa matutina hace bailar las ligeras cortinas blancas de su habitación. Mira el reloj, todavía falta una hora para que su jefe la llame y le comunique qué deberá hacer esa mañana. Se despereza.

Se dirige hacia la ducha, no sin antes encender la radio. Escucha el boletín informativo de las 8 y media e inmediatamente después pone música alegre. Canta bajo la ducha creyéndose una estrella del rock, baila un twist mientras se seca con la toalla y le pone caras burlonas al espejo al cepillarse los dientes.

Lucía hace la cama para después tumbarse de un salto sobre el edredón recién ahuecado. Sonríe al recordar como cuando era niña le gustaba colarse en la habitación de sus padres para hacer eso mismo justo después de que su madre hubiera estirado las sábanas con esmero. Travesuras inocentes.

Tras ese momento de pequeño placer pueril, Lucía se prepara un té (blanco y aromatizado con vainilla). Tuesta dos rebanadas de pan, les echa dos gotas de aceite a cada una y las cubre con dos lonchas de jamón.

Desayuna sentada en el sofá, al sol, respirando hondo el fresco aire mañanero que entra por la ventana.

Enciende el ordenador, se interesa por la última hora informativa como buena periodista que es y pone cara de incredulidad cuando lee, de nuevo, alguna noticia sobre la grave crisis financiera que azota su país. Le gustaría entender realmente la magnitud de esa situación económica, pero lamentablemente nunca le interesaron los números. Se consuela pensando en aquello que dijo un célebre estadista inglés: "ser consciente de la propia ignorancia es un gran paso hacia el saber". De nuevo, sonríe.

El terremoto financiero mundial frunce ceños ahí fuera, ceños de gente gris que se empeña en pensar aquello de "ya sabía yo que las cosas iban a ir así" en lugar de esmerarse en encontrar soluciones a la situación.

Una llamada al móvil interrumpe sus pensamientos matutinos. Hoy le toca cubrir una rueda de prensa del Gobierno. ¿Confesará el político de turno que tampoco tiene idea de lo que pasa a nivel financiero o se limitará a fruncir el ceño?

Mónica Günther


viernes, 1 de agosto de 2008

Santorini

Se pone el sol en la isla del paraíso

Al frente, el volcán aguarda aletargado

Nada perturba la calma del momento

Tan sólo la paz y el eco del pensamiento

Observando, todos, el atardecer que paraliza una isla, un mundo entero

Recreando la mente entre cálidos tonos rojizos

Impregnando la retina de imágenes bellas

Notando el suave soplido de la brisa helénica

Imaginado, soñando y fantaseando en la inenarrable Santorini.



Mónica Günther

jueves, 10 de julio de 2008

Madurez

"Yo, cuando sea mayor quiero ser un lobo" dijo el perro que se creyó cachorro hasta morir de viejo.

Mónica Günther

miércoles, 9 de julio de 2008

El burrito Refranero

Soy un asno al que le gusta sentir la miel en su boca. En mi jardín tengo un Olmo que da peras y un riachuelo con agua pasada que mueve un molino que muele harina para pan sin vino.

Mi Olmo es un buen árbol pese a que, por mucho que a él me arrime, su sombra no me cobija. Mi mascota es una cabra que odia el monte y mi amigo un tuerto al que nunca un ciego ha reconocido como Rey.

Jamás se me ocurriría robar nada a un ladrón porque él, que es profesional, me robaría sin perdón durante los próximos 100 años. Prefiero curar a prevenir y nunca cierro la boca porque las moscas aprendieron ya a entrar por la naríz.

Ah, y siempre digo con quien voy, pero nadie mejor que yo puede decir quien soy.

Mónica Günther

martes, 1 de julio de 2008

Serafín

Serafín se levanta cada mañana al alba, se despoja de legañas, sueños y deseos tan pronto como el primer agua de la ducha roza su piel. Se viste de monotonía y fastidio y desayuna desgana. Frunce el ceño al salir de casa y así lo deja, permanentemente arrugado, hasta que Morfeo se lo vuelve a llevar consigo por la noche.

Espera siempre una media de 10 minutos en la parada del autobus mientras maldice al autobusero por llegar tarde. Al entrar jamás saluda al conductor y se sienta siempre en el mismo lugar mientras piensa en lo largo y tedioso que va a ser su día, y el día después, la próxima semana, el próximo mes, y, por qué no, también el proximo año, y toda su vida.

Llega a la oficina en el mismo momento en el que sus ojos se tornan opacos y no reflejan ya más que el humo de los habanos que fuma su indeseable jefe. Resignado contempla día tras día las mismas caras cetrinas, mientras mueve cual autómata sus dedos por encima del ennegrecido teclado.

Quizá si se preocupara por apartar un poco las mugrientas cortinas que cubren la ventana cual tupido manto amarillento podría ver que en la calle a esa hora despierta la primavera. El quiosquero sonríe a la joven camarera del bar de la esquina que hoy ha cambiado su abrigo por una fina rebeca de lino y el apuesto caballero que trabaja en la tienda de en frente ha dejado el coche en casa y ha ido hoy a trabajar en motocicleta para notar el sol en sus mejillas.

Serafín quizá ni siquiera recuerda que a su izquierda hay una ventana. Dejó de mirar por ella el mismo día en el que decidió resignarse y vivir siempre la misma rutina. Aquel día en el que, abatido por su último desamor creyó que ya jamás sería feliz al lado de una mujer y cerró los ojos a la vida.

Mientrastanto, al otro lado de la calle, Adela llega a su puesto de trabajo. Hoy tampoco puede evitar mirar hacia la ventana del edificio de en frente. Una vez más comprueba con decepción que sigue allí esa cortina amarillenta que alguna mente indeseable había colocado y que de golpe la privó de ver al hombre de sus sueños. Jamás se había atrevido a confesarle su amor, se había limitado siempre a observarle trabajar desde la distancia...

Mónica Günther