martes, 1 de julio de 2008

Serafín

Serafín se levanta cada mañana al alba, se despoja de legañas, sueños y deseos tan pronto como el primer agua de la ducha roza su piel. Se viste de monotonía y fastidio y desayuna desgana. Frunce el ceño al salir de casa y así lo deja, permanentemente arrugado, hasta que Morfeo se lo vuelve a llevar consigo por la noche.

Espera siempre una media de 10 minutos en la parada del autobus mientras maldice al autobusero por llegar tarde. Al entrar jamás saluda al conductor y se sienta siempre en el mismo lugar mientras piensa en lo largo y tedioso que va a ser su día, y el día después, la próxima semana, el próximo mes, y, por qué no, también el proximo año, y toda su vida.

Llega a la oficina en el mismo momento en el que sus ojos se tornan opacos y no reflejan ya más que el humo de los habanos que fuma su indeseable jefe. Resignado contempla día tras día las mismas caras cetrinas, mientras mueve cual autómata sus dedos por encima del ennegrecido teclado.

Quizá si se preocupara por apartar un poco las mugrientas cortinas que cubren la ventana cual tupido manto amarillento podría ver que en la calle a esa hora despierta la primavera. El quiosquero sonríe a la joven camarera del bar de la esquina que hoy ha cambiado su abrigo por una fina rebeca de lino y el apuesto caballero que trabaja en la tienda de en frente ha dejado el coche en casa y ha ido hoy a trabajar en motocicleta para notar el sol en sus mejillas.

Serafín quizá ni siquiera recuerda que a su izquierda hay una ventana. Dejó de mirar por ella el mismo día en el que decidió resignarse y vivir siempre la misma rutina. Aquel día en el que, abatido por su último desamor creyó que ya jamás sería feliz al lado de una mujer y cerró los ojos a la vida.

Mientrastanto, al otro lado de la calle, Adela llega a su puesto de trabajo. Hoy tampoco puede evitar mirar hacia la ventana del edificio de en frente. Una vez más comprueba con decepción que sigue allí esa cortina amarillenta que alguna mente indeseable había colocado y que de golpe la privó de ver al hombre de sus sueños. Jamás se había atrevido a confesarle su amor, se había limitado siempre a observarle trabajar desde la distancia...

Mónica Günther

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El tema es eterno, no por el amor o el desamor sino por la parálisis con la que nos dejamos llevar a temporadas.
Me alegra que me recuerden que si uno no quiere casi nada ocurre.
Espero la segunda entrega.

Anónimo dijo...

OHHH!!!Xq todas las historias son tan tristes como la canción del Lobito Bueno...Que le costaba a ese hombre mirar por la ventana...cual mujer desesperada a las 11'30 porque llega la hora de Coca-Cola...???
En fin no podemos seguir el ejemplo de Serafin...CELLA QUE TU FAIS, TE FAIT...O ...CARPE DIEM... que llega en findesemana pronto...

Anónimo dijo...

Hola, para contar un cuento y a dormir, tienes que haber pasado un día viviendolo, si tu día ha sido uno más,si no lo has disfrutado, no tendrás nada que contar, porqué no habrás entendido nada y tu día no contará. Solo depende de uno mismo encontrar lo que de bueno han tenido esas veinticuatro horas.!Que tus sueños sean felices!

Unknown dijo...

Preciosa! triste pero muy bonita.. en serio que siempre me acabo quedando con ganas de seguir leyendo...